El medicamento, de Eli Lilly, ya se emplea para la artritis reumatoide y, en muchos pacientes, restablece el crecimiento del cabello. Pronto podría haber otros dos más en el mercado.
La enfermedad puede variar en cuanto a su gravedad, pero para algunos quizás suponga un cambio de vida: la pérdida total del vello corporal, incluidas las pestañas y las cejas, e incluso el vello de la nariz y de las orejas. Además, hasta hace poco, los afectados por la alopecia areata no disponían de ningún tratamiento para hacer que el pelo volviera a crecer.
Pero el lunes, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) aprobó el baricitinib, un fármaco fabricado por Eli Lilly que hace que vuelva a crecer el pelo al bloquear el ataque del sistema inmunitario a los folículos pilosos. Otras dos empresas, Pfizer y Concert Pharmaceuticals, la siguen de cerca con medicamentos similares, conocidos como inhibidores de JAK. Estas medicinas ya se comercializan para el tratamiento de la artritis reumatoide y otras enfermedades autoinmunes. La aprobación de la FDA es importante para que los seguros cubran estos costosos fármacos, que tienen un precio de casi 2500 dólares al mes.
El medicamento de Lilly se estudió en dos ensayos, patrocinados por la empresa y publicados el mes pasado en el New England Journal of Medicine, en los que participaron 1200 pacientes con alopecia areata grave. Casi el 40 por ciento de los que tomaron el fármaco experimentaron un crecimiento completo o casi completo del cabello al cabo de 36 semanas. Al cabo de un año, casi la mitad de los pacientes habían recuperado su cabello.
Brett King, profesor de dermatología de la Universidad de Yale, fue el investigador principal de los dos ensayos de Lilly y también dirige los ensayos patrocinados por las demás empresas. Se mostró optimista en cuanto a la mejora de la tasa de éxito de los fármacos. Los fabricantes podrían mejorar los inhibidores de JAK para la alopecia areata. Y cuando las tres empresas tengan fármacos en el mercado, los pacientes que no respondan al medicamento de una empresa podrían responder a uno de las otras.
Los pacientes del estudio de Lilly experimentaron efectos secundarios relativamente leves, como un pequeño aumento del riesgo de acné, infecciones del tracto urinario y otras infecciones. Esos efectos secundarios eran fácilmente tratables o mejoraban sin tratamiento.
Los resultados del ensayo de Lilly “son impresionantes”, escribieron Andrew Messenger, de la Universidad de Sheffield, y Matthew Harries, de la Universidad de Manchester, en un editorial adjunto. Añadieron que los resultados “representan los primeros ensayos de fase 3 publicados de cualquier tratamiento para esta enfermedad”.
Más de 300.000 estadounidenses padecen alopecia areata grave, según la FDA. El impacto de la enfermedad es difícil de exagerar, dijo King.
Para la mayoría de las personas con alopecia areata, la enfermedad se manifiesta como una o varias calvas pequeñas en la cabeza. Pero los que tienen casos graves presentan algo mucho peor. Pueden notar pequeñas calvas en la cabeza un día y tres meses o incluso tres semanas después, no tienen pelo en el cuerpo.
Sus colegas atribuyen a King el mérito de haber despertado el interés por el uso de los inhibidores de JAK para tratar la alopecia areata. Dice que todo empezó cuando se fijó en tres resúmenes presentados en reuniones médicas en 2012 y 2013. Los estudios, dirigidos por Raphael Clynes y Angela Christiano, de la Universidad de Columbia, eran sobre ratones, pero indicaban que los inhibidores de JAK podrían revertir la alopecia areata.
Poco después, un hombre de 25 años llamado Kyle acudió a ver a King para el tratamiento de la psoriasis. Casi no tenía pelo y su cabeza y cuerpo tenían grandes placas de psoriasis escamosas y rojas.
“Lo miré y le dije: ‘Tienes alopecia areata’”, cuenta King.
Kyle empezó a notar que tenía una grave pérdida de pelo cuando estaba en un baile en la secundaria y llevaba un sombrero. Fue al baño, se lo quitó y, para su horror, encontró una gran cantidad de pelo en el sombrero.
“Es un episodio de la Dimensión Desconocida”, dijo King.
Miró a Kyle y le dijo: “Si quieres probar algo salvaje que no se haya hecho antes, hay un medicamento aprobado para la artritis reumatoide y que se está desarrollando para la psoriasis. Hay indicios en ratones de que podría funcionar”.
Kyle aceptó tomar tofacitinib, un inhibidor de la JAK fabricado por Pfizer que es similar al medicamento de Lilly. Ocho meses después, había recuperado su cabello.
Después de que King publicó un informe sobre Kyle, otros dermatólogos empezaron a probar los inhibidores de la JAK.
Maryanne Makredes Senna, directora del Centro de Excelencia para la Pérdida de Cabello de Beth Israel Lahey Health, en Massachusetts, fue una de ellas.
Ella se encargaba de convencer a las aseguradoras para que cubrieran los medicamentos, y a veces lo conseguía.
“Es muy bonito ver el increíble impacto”, dice Senna, que ha recibido honorarios de consultoría de Eli Lilly y Pfizer. “Llegan sin pelo, totalmente replegados de la vida. Sus ojos están abatidos. Vuelven y dicen: ‘He recuperado mi vida. Vuelvo a ser yo mismo’”.
Natasha Atanaskova Mesinkovska, directora científica de la Fundación Nacional de Alopecia Areata y profesora de dermatología de la Universidad de California en Irvine, ayudó a las empresas farmacéuticas a encontrar pacientes para sus ensayos. A ella también le han impresionado los resultados de quienes han respondido a los fármacos.
La pérdida severa de cabello no solamente “priva a la persona de su identidad”, sino que es “un problema médico”, dijo, y añadió que cuando la gente pierde pelo en la nariz y las orejas, afecta a las alergias y a la audición.
Christian Daniels, de 27 años, técnico de un centro de datos que vive en Peoria, Illinois, dijo que la pérdida de pelo también afectaba a sus ojos. Sin pestañas, el polvo le entraba en los ojos y los irritaba tanto que empezó a ponerse vaselina en los párpados.
A Daniels se le empezó a caer el pelo cuando tenía 25 años. Al cabo de un mes, todo el vello de su cuerpo había desaparecido.
La COVID-19 fue “una desgracia con suerte”, dijo, porque podía trabajar en casa.
“Sentí que mi vida había quedado en suspenso”, dijo. “Sentí que lo único que importaba era cómo recuperar mi pelo”.
Encontró los ensayos de Lilly “buscando y buscando en Google”.
Ahora, dijo, “es casi como si nunca hubiera sucedido”, aunque a veces sigue teniendo recuerdos cuando se mira en un espejo y se acuerda de su época sin pelo.
Brittany Craiglow, una dermatóloga dedicada a la práctica privada que tiene su consultorio en Fairfield, Connecticut, y está casada con King, dijo que la alopecia areata grave era especialmente difícil para los niños.
Una paciente, Cassidy Mackwell, de Canton, Massachusetts, perdió el pelo a los 8 años y, cuando los adultos la veían, suponían que tenía cáncer.
“La gente se acercaba a Cassidy cuando estábamos en un restaurante cenando”, dijo su madre, Melissa Mackwell. Algunos incluso intentaban pagar sus comidas. “La abrazaban y le decían: ‘Lo siento mucho. Sigue luchando’”.
Una de las pacientes de Craiglow, Brooke Nelson, que vive en Belleville, Nueva Jersey, perdió toda su larga melena rubia cuando estaba en primer grado. Brooke estaba tan avergonzada por la pérdida de su cabello que su madre, Danielle Nelson, la educó en casa.
Llevó a Brooke a un centro médico tras otro, a un médico tras otro, pero fue en vano. “Habría renunciado a mi casa, a todo, si eso significara devolverle el pelo a Brooke”, dice Nelson.
Nelson estaba dispuesta a llevar a Brooke a China para que recibiera una terapia con células madre cuando encontró a Craiglow, que le administró un inhibidor de JAK. El pelo le volvió a crecer.
コメント